martes, 23 de julio de 2013

CAPITULO 2


                                                    LA ÚNICA MUJER


—Hace mucho que nadie me llama así —hizo un gesto hacia un pequeño bar que
había a su izquierda—. ¿Quieres beber algo?
¿Algo para beber? ¿Pensaba aparecer así de nuevo en su vida, como si no hubiera
pasado nada?
Lali se alegró de que aquello le produjera semejante rabia.
—No. No quiero beber nada. Quiero saber por qué estás aquí. No sé nada de ti
desde el funeral de Daniel.
Él desvió la mirada.
—Era necesario, Lali. Tenía obligaciones con mi país.
Y ninguna con ella, pensó Lali.
—¿Por qué no me dijiste que eras un jeque?
—Eso daba igual, ¿no crees? ¿Habrías comprendido lo que supone eso? —le clavó
la mirada.
Probablemente, no. Tampoco el hecho de que él hubiera desaparecido sin una
explicación.
—Entonces, ¿por qué has vuelto?
—Porque no podía dejar pasar un día más sin verte.
Lali juró por dentro ante su reacción al oír aquellas palabras halagadoras.
—Bueno, es estupendo. ¿Y qué pensabas hacer después de tanto tiempo?
Peter se quitó la túnica que lo distinguía como un miembro de la realeza y la dejó a
un lado. Se quedó con una camisa blanca y un pantalón negro.
Lali no pudo reprimir admirar sus anchos hombros y el vello negro que le
asomaba en el pecho de su camisa. El joven había dado paso a un hombre muy
atractivo. Y ella haría bien en ignorarlo, se dijo, no pudiendo evitar la reacción
traicionera de su cuerpo.
Peter se rascó la mejilla y dijo:
—Necesito saber si lo que he descubierto es verdad.
Lali sintió una punzada de miedo.
—¿El qué?
—Sé que has tenido que trabajar duro con la granja, y que apenas has podido
mantenerte. Varias veces a lo largo de los años pensé en ofrecerte ayuda económica,
pero pensé que tu orgullo no te permitiría aceptarla.
Lali se sintió aliviada. Tal vez no supiera todo.
—Tienes razón. No necesito tu ayuda, ni económica ni de ningún tipo.
—¿Estás segura de eso,Lali?
—Sí. Me arreglo bien.
—Pero no te has casado nunca.
—No tengo interés en encontrar marido.
En realidad, nadie había igualado a Peter Lanzani. Nadie había producido ese
efecto en ella.
Para olvidarle, muchas veces se había dicho que habían sido sólo fantasías de
adolescencia. Pero no había logrado olvidarle. Y ahora que lo volvía a ver volvía a sentir
el dolor de la imposibilidad de borrarlo de su corazón.
Y el saber quién era, qué era, sólo confirmaba la imposibilidad de formar parte
de su mundo.
—Tengo otra pregunta.
Lali sintió miedo.
—Si tiene que ver con el pasado, no me interesa. Está terminado.
—No está terminado, Lali, aunque quieras que lo esté.
El tono de su voz, en el límite de la rabia, hizo que Lali deseara apartar los
ojos de él. Pero no pudo.
—¿Cómo está tu hijo? —preguntó Peter.
Lali volvió a sentir miedo.
—¿Cómo has sabido de él?
—Tengo los medios para averiguar cualquier cosa de cualquier persona.
¡Maldita arrogancia!, pensó ella.
—Mi hijo está bien, gracias.
—¿Y su padre?
El terror le quitó la respiración.
—Es mi hijo. Sólo mío.
—Tiene que tener un padre, Lali.
—No, no lo tiene. Su padre no está en escena. Nunca lo ha estado.
—Entonces es mío, ¿no?
¡Oh, Dios! ¿Qué iba a hacer ahora?
—Cree lo que quieras. Esta conversación está terminada.
—No lo está.
—¿Qué quieres de mí?
—Quiero saber por qué nunca me has dicho nada sobre él.
Ella dejó escapar una risa forzada para disimular su ansiedad.
—¿Y cómo habría podido hacerlo? Tú desapareciste sin dejar ningún número de
teléfono, sin forma de poder ponerse en contacto contigo.
—Entonces, ¿admites que soy su padre?
—No admito nada. Lo que digo es que no importa, jeque Lanzani. No importa nada
de esto. El pasado es pasado. No quiero desenterrarlo.
—No importa lo que queramos tú y yo, Lali. Lo que importa es nuestro hijo.
Estoy decidido a enmendar esto. Si no ahora, más tarde. Pronto.
Lali abrió la puerta e intentó salir. Pero él le agarró la mano y le dijo:
—Estaremos en contacto.
Ella vio un rastro de tristeza en su expresión, algo que sólo había visto una vez.
Pero enseguida desapareció esa expresión de vulnerabilidad y sus ojos volvieron
a destilar misterio.
Peter dio vuelta su mano y acarició su palma con un dedo. Ella recordó aquella
noche, cuando sus expertas caricias le habían hecho rogarle que no parase.
Lali quitó la mano y corrió a su camioneta.
Huyó del pánico de que quisiera quitarle a su hijo y del amor por él, que jamás
había muerto.
Pero en su corazón sabía que no podría escapar de él, aunque la volviera a dejar.
Peter Lanzani se sentó en la oscuridad, rodeado del lujo que siempre había
tenido. Necesitaba una copa.
Pero no quería ceder al alcohol, en aquel momento en que necesitaba pensar con
claridad.
En realidad no probaba el alcohol desde aquella fatídica noche, en que había
cometido dos errores imperdonables.
Aun después de todo aquel tiempo, no había logrado escapar al sentimiento de
culpabilidad por la muerte de su amigo. Se había dado cuenta demasiado tarde de que
tendría que haber impedido que Daniel bebiera tanto en la fiesta de graduación. Pero no
lo había hecho, porque su amigo se había merecido aquella libertad, después de la gran
responsabilidad que había tenido que asumir después de la muerte de su padre. Aquello
había costado la vida de Daniel. Y Peter aún pagaba el precio de su falta de juicio.
¡Si al menos no hubiera ido a Lali, después de marcharse del hospital,
sabiendo que su hermano no había sobrevivido! Si al menos hubiera esperado hasta el
amanecer, en lugar de seguirla al estanque donde ella solía ir a pensar, y donde aquella
noche había ido a llorar...
Si al menos hubiera recordado que sólo era una muchacha que estaba sufriendo
un gran dolor y que necesitaba que la consolasen.
Haber cedido a ese deseo había sido su segundo error. No había tenido la fuerza
necesaria para resistirse a ella; quizás por la propia necesidad de olvidar, o quizás
porque ella siempre había sido su mayor debilidad.
Y lo seguía siendo.
Se había dado cuenta en cuanto la había vuelto a ver allí, de pie frente a la masa
de gente, con un vestido negro que se ajustaba a sus curvas. Había parecido orgullosa
al principio. Pero luego, a medida que pasaba el tiempo y que nadie hacía una oferta
decente, había parecido desanimarse, razón por la cual se había decidido
espontáneamente a remediarlo.
Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Las imágenes de Lali le quemaban
en la mente. Un ardor que no había cesado desde que la había dejado, el día en que
habían enterrado a su hermano. Y aunque había intentado olvidarle, no había podido.
El tiempo y la distancia no habían servido de nada, algo que internamente había
sabido desde siempre.
Sus ojos seguían siendo azules, su cabello, rojizo con mechones dorados, del
color de la puesta de sol en el desierto... Suponía que debía de seguir teniendo un
espíritu libre, una intensa pasión por la vida, un corazón fuerte, atributos que lo
habían atraído hacia ella desde el principio. Cualidades que aún admiraba. Sin embargo,
había intuido desafío en ella cuando había entrado en el coche, incluso odio. No podía
culparla. A veces, él se odiaba también. Se había entregado al deber, perdiendo su honor
en el proceso, no enfrentándose a sus fallos.