jueves, 3 de octubre de 2013

CAPITULO 20






Él se había prometido no volver a hacer daño a Lali. Pero eso había sido lo que
había hecho, fingiendo que tocarla no había significado nada para él.
Habían hecho el viaje de regreso en silencio.
Cuando llegaron, Lali recogió sus cosas y se bajó sin decir una palabra. Pero
no había vuelto a la casa.
Él sabía adónde había ido.
No podía dejar que hubiera tantas cosas sin decir entre ellos. Tal vez tuviera
que explicarle nuevamente por qué no podía prometerle nada. Quizás tuviera que
hablarle de su obligado matrimonio con Maria, para que pudiera comprender su
resistencia a ella. Aunque para él la muchacha no significase nada, se sentía obligado
por su honor a cumplir con su compromiso. Dudaba que Lali lo comprendiese, pero
de todos modos, tenía que saber la verdad.
Caminó por el sendero que conducía a los campos. El aire estaba cargado de
niebla, como sus pensamientos.
Pensó qué le diría, pero cuando la encontró sentada en la manta, de cara al
estanque, con las rodillas flexionadas y la cara iluminada por la luna menguante, se le
borró todo.
Se arrodilló detrás de ella y la envolvió con sus brazos.
—Sabía que te encontraría aquí.
La sintió estremecer. Entonces, la abrazó más fuerte.
—¿Tienes frío? —le preguntó.
—No exactamente.
Peter se puso frente a ella y le tomó las manos.
No sabía por dónde empezar, pero decidió que empezar por el principio no
estaría mal.
—Siento haberte abandonado sin ninguna explicación después del funeral de Daniel.
Temí no tener la fuerza suficiente para decirte que no, si me pedías que me quedase.
Y sabía que debía marcharme.
Ella miró las estrellas.
—No hablemos de aquello esta noche. Hiciste lo que pensaste que debías hacer.
—También quiero disculparme por mi comportamiento en el coche. No he sido
justo contigo.
Ella lo miró un momento:
—Me has dicho todo el tiempo que no me deseabas, así que no tienes nada de qué
disculparte.
Él dejó escapar un suspiro de frustración.
—Pero sí te deseo. Nunca he dejado de desearte.
—Tienes un modo muy extraño de expresarlo —dijo ella, con un brillo de alegría
en los ojos, pero herida aún.
—Creí que era evidente —sonrió él.
Lali sonrió.
—Bueno, tal vez fuese obvio desde un punto de vista físico. Pero eso no quiere
decir nada.
—No tienes ni idea de cuánto significas para mí —le dijo él agarrando su cara con
ambas manos—. Cuánto has significado siempre para mí. Pero no puedo prometerte
nada.
—Te he dicho que no espero promesas —quitó las manos de su cara, y puso una
de ellas encima de uno de sus pechos—. La vida es muy corta. Nadie puede predecir
qué pasará mañana. Ambos lo sabemos. Yo sólo te pido un aquí y ahora. Sólo quiero
estar contigo. Y cuando se termine, cada uno que siga con su vida, sabiendo que hemos
compartido un poco de felicidad una vez más.
Peter pensó en lo que estaba diciendo y luego pensó en su contrato de matrimonio;
su matrimonio de conveniencia. Verbal hasta aquel momento. Su padre había llamado
justamente por ese inminente contrato. El padre de Maria se estaba impacientando
con su ausencia; un hombre ambicioso, que deseaba vender a su hija por una unión que
mejorase sus finanzas.
Maria era algunos años más joven que él y una extraña para Peter. La dos veces
que se habían visto, apenas había hablado, y cuando lo había hecho, había sido para
pronunciar sus promesas de que intentaría darle un hijo, aunque había tenido la
sensación de que aquella perspectiva no era muy atractiva para ella.
Pero Peter ya tenía un hijo, un amado niño de una madre por la que sentía algo muy
profundo. Una mujer que en aquel momento se le ofrecía sin condiciones. Y de
momento no podía hacer otra cosa que olvidarse de sus obligaciones y centrar su
atención en ella una vez más.
—¿Estás segura de que quieres esto, Lali?
—¿Quieres decir que te lo estás pensando?
—Como te he dicho, temo hacerte daño.
—Sólo me haces daño cuando actúas como si no hubiera nada entre nosotros, si
me niegas la oportunidad de estar contigo en todos los sentidos.
—¿No te preocupa que te decepcione?
Lali se incorporó en la manta y empezó a desabrocharse los botones de su blusa
una vez más. Luego se la quitó. Luego se quitó los shorts y las braguitas.
—¿Te parezco preocupada?
—No, estás exquisita.
Peter sintió calor en su sexo. Sintió deseos de estar dentro de ella. Ese deseo le
nubló la razón. Ya no podía resistirse a Lali.
Se puso de pie y delante de ella se quitó la camisa. Cuando fue a desabrocharse
el pantalón, Lali le dijo:
—Déjame que lo haga yo. La otra vez no me diste la oportunidad. Si no me
equivoco, no nos quitamos la ropa completamente.
—Es verdad. Pero teníamos prisa.
—Esta noche, no.
Cuando lo tuvo completamente desnudo, se miraron en silencio, hasta que Peter no
lo resistió más. Tiró de ella y la abrazó. Se quedó así un momento, sintiendo la
suavidad de su piel. Luego la besó con toda la pasión que le quemaba el alma, con todo
el deseo que había guardado desde el momento en que habían estado juntos hacía
siete años.
El beso que había nacido de la emoción de tenerla en sus brazos, se transformó
en vehículo del deseo. Lali se apretó contra él, disfrutando de la penetración de su
lengua en su boca. Peter dejó de besarla y empezó a besarle el cuello hacia abajo.
Ella suspiró al sentir las caricias de su boca en sus pechos. Se estremeció cuando
la lengua trazó un camino desde sus pechos a su vientre. Gimió cuando se puso de
rodillas y la hizo suya con la boca.
Ella entrelazó sus dedos al cabello de Peter y se balanceó suavemente mientras él
exploraba sus pliegues con su lengua, aferrándose fuertemente a sus caderas para
sujetarla. Pero con cada sonido que se escapaba de la boca de Lali, con cada
temblor de su cuerpo, también él empezaba a perder estabilidad. Cuando ella se tensó
y se convulsionó, él deslizó un dedo dentro de ella para prolongar su clímax, para
experimentar con sus propias manos el placer que le daba.
Cuando sus rodillas empezaron a flexionarse, él la apoyó en la manta y la acunó
hasta que pareció calmarse.
—¡Ha sido...estupendo! —balbuceó ella.
—He querido hacer esto desde la primera vez que estuvimos juntos —Peter le
acarició el pelo y le dio un beso en la frente.
—¿Y por qué no lo hiciste?
—No quería impresionarte.
—Lo hubieras hecho —Lali se separó de él y le dijo—: Túmbate boca arriba.
Ella lo besó de arriba abajo, volviéndolo loco de deseo.
Cuando llegó a su vientre, él puso una mano en su cabello sedoso.
—Esto no es necesario, Lali.
Ella alzó la cabeza.
—Para mí, lo es. Pero para que sepas, no lo he hecho nunca, así que tendrás que
tener paciencia conmigo.
A Peter le gustó saber que no había tenido tanta intimidad con ningún hombre.
Pero cuando ella lo envolvió con el calor de su boca y probó sus límites, ya no pudo
pensar en nada. No tenía experiencia, pero no se notaba.
Cuando estuvo a punto de derrumbarse, él le alzó la cabeza y la besó. Luego rodó
con ella y se dispuso a penetrarla.
Pero antes Lali dijo:
—No.
Peter suspiró.