jueves, 1 de agosto de 2013

CAPITULO 5


Peter lo había pensado. Volver a vivir en la casa a la que había considerado su
hogar en América. Pero imaginaba la reacción de Lali.
—Dudo que tu sobrina esté de acuerdo... —respondió Peter.
—Déjamela a mí. Te aconsejo que te metas en esa limusina y vayas a buscar tus
cosas. Lali tardará una hora o más en volver, puesto que tiene que hacer la compra de
regreso. Eso te dará tiempo para que te instales. Puedes ocupar mi habitación. Yo
dormiré en la casa del jardinero.
—¿Con el señor Bedolla?
—No, Bartolome está trabajando para otra gente, porque Lali no podía seguir
teniéndolo. Viene de vez en cuando a vernos.
Peter sonrió al ver que Julia se ponía colorada.
—¿No te ha propuesto matrimonio todavía?
—Sí, todos los días. Pero soy demasiado vieja para pensar en casarme.
—¿Pero no demasiado vieja para...? —Peter dejó la pregunta a medias. No pudo
resistirse a tomarle un poco el pelo.
—¿Pero no demasiado vieja como para un revolcón? Nadie es demasiado viejo
para eso, Peter. Siempre que la persona te interese...
A Peter lo asaltaron imágenes de Lali haciendo el amor con él.
Pero no podía ser tan estúpido nuevamente, aunque se muriese por hacerlo.
—Tal vez debiera esperar a que Agustin vuelva del campamento —dijo Peter,
pensando en que ir antes favorecería el estar a solas con Lali.
Julia se encogió de hombros.
—Sí. Pero podrías ganarte el alojamiento ayudándonos a arreglar algunas cosas.
El granero está muy mal. Sería estupendo que pudieras arreglarlo. Podrías hacerlo en
el tiempo que tarda en volver Agustin.
Al menos eso lo mantendría con las manos ocupadas.
—Me gustaría hacerlo. Echo de menos el hacer cosas manuales.
Julia lo miró.
—¿Sabes? Me sorprende que no te haya cazado ninguna chica.
—Tengo que casarme al final del verano —dijo Peter, haciendo un gesto de dolor
internamente.
—¿Lo sabe Lali? —Julia disimuló su sorpresa en la expresión de la cara, pero la
transmitió en el tono de voz.
—No. Prefiero no hablar de ello.
Julia se puso de pie y se sirvió otro café.
—Supongo que sabrás lo que haces... —dijo.
Él sabía bien lo que estaba haciendo. Estaba a punto de unirse a una mujer por la
que no sentía nada. Era una unión que beneficiaría a ambas familias. Lo esperaba una
vida que le prometía pocas satisfacciones. Todo para dar lugar a un heredero de
sangre real.
—No tengo elección.
Julia llevó la taza a la mesa y se sentó. Luego lo miró intensamente.
—Estás equivocado, Peter. En la vida hay que hacer elecciones. ¿Puedes vivir con
esta?
Antes de ir a ver a Lali, había aceptado su destino. Ahora que la había vuelto
a ver, no estaba tan seguro como antes.
Pero en aquel momento no podía pensar en ello. Tenía que pensar en su hijo, en su
bienestar, en vivir recuerdos que durasen toda la vida. Y para tener esa oportunidad,
debía convencer a Lali de que volviera a confiar en él.
Lali no confiaba en Peter ni en sus motivos. Y peor aún: no confiaba en sí misma
cuando estaba con él.
Aquel día había llorado al despedir a su hijo, que se había marchado por primera
vez de su lado. No creía que pudiera tener la fuerza suficiente como para enfrentarse
a la relación con su padre. Pero tenía que ocuparse de ello. El bienestar de Agustin era
de vital importancia, y quería saber qué había pensado hacer Peter en ese sentido.
Aparcó detrás de la limusina. El guardaespaldas estaba sentado en el porche, con
gesto serio, cruzado de brazos. Cuando Lali se acercó, se puso de pie.
Lali extendió la mano para presentarse.
—No recuerdo su nombre... —dijo.
El hombre miró la mano de Lali y finalmente extendió la suya para saludarla.
—Señor Riera —contestó.
—Encantada de conocerlo, señor Riera. Puede entrar en la casa, si lo desea.
—Es mejor que me quede aquí, para que el jeque y usted puedan tener cierta
intimidad.
—Como quiera. Pero no creo que tardemos mucho.
Riera hizo una leve reverencia.
—Como usted diga, señorita Esposito.
Lali no sabía con qué se encontraría, pero definitivamente no se había
preparado para encontrarse a Peter sentado en el salón, ojeando un álbum de fotos de
Agustin, desde su nacimiento hasta entonces. Estaba tan inmerso en la tarea que ni se
molestó el alzar la vista.
Eso le dio la oportunidad de contemplarlo.
Tenía las piernas cruzadas, en una de ellas el álbum. Sonreía. De pronto, se borró
la sonrisa y apareció un gesto de melancolía.
Lali cerró los ojos. No quería dar paso a sus emociones.
Cuando se sintió más compuesta dijo:
—¡Era un niño tan hermoso!
Sobresaltado, Peter alzó la mirada. De su rostro desapareció la ternura, pero la
mantuvo en la mirada.
—Sí, lo era.
Lali se sentó a su lado en el sofá, dejando distancia suficiente, pero a la vez
pudiendo ver las fotos con él.
¿Cuántas veces había soñado con su regreso? ¿Cuántas veces había soñado con
aquello?
Y ahora que había llegado el momento, no sabía cómo reaccionar.
—¿Por qué le pusiste el nombre de Agustin? —preguntó Peter.
—Además de que me gustaba el nombre, supongo que era como saber que tenía la
oportunidad de tener a alguien que me quisiera sin condiciones.
Era como tener una parte de Peter, pensó, pero no se lo dijo.
Lali le señaló la foto de su primer cumpleaños.
—Se ensució más de lo que comió —dijo.
Peter pasó la página y encontró una foto de Agustin subido a un potrillo.
—Veo que ha heredado de su madre el amor por los caballos.
—Sí. Esa es Scamp. Sigue con nosotros, aunque no sé por cuánto tiempo. Tiene
unos veinte años. No sé qué pasará con Agustin cuando la perdamos.
—Le compraré otra.
—Algunas cosas no son fáciles de reemplazar.
—Es una gran verdad —dijo él sin dejar de mirar la foto.
Aquel momento tal vez era el oportuno para hablarle de su mayor preocupación.
—No puedo dejar que me lo quites, Peter.
Peter cerró el álbum. Lo dejó en la mesa baja y se echó hacia atrás.
—¿Crees que he venido a eso? ¿A quitártelo?
—¿Y has venido a eso?
—No, Lali. Él te pertenece. Debe estar aquí, contigo.
—Entonces, ahora que lo has visto, ¿vas a darle la espalda y vas a marcharte?
Él le clavó la mirada.
—No tengo intención de darle la espalda. Voy a abrir una cuenta en el banco a tu
nombre para sus gastos. Los gastos de los médicos han sido una carga muy pesada para
ti, según Julia.
Maldita Julia.
—Agustin está bien. Y yo me arreglo para pagar las facturas. Así que no es
necesario que nos des dinero.
—Insisto en que me dejes hacer esto por él. Por ti.
—Lo pensaré.
No por ella. Pero después de todo, Peter tenía obligaciones con su hijo. Por el bien
de Agustin, se guardaría su orgullo y le permitiría ayudarlos.
—¿Se sabe por qué tiene diabetes?
—No. Simplemente ocurrió. No es culpa de nadie.
—¿Y se encuentra bien?
—Bastante bien, ahora que tenemos la insulina y que cuidamos su dieta. ¡Es tan
valiente! Ni siquiera se queja de que tenga que pincharse.
—Aborrezco la idea de que haya sufrido —miró la foto más reciente de Agustin,
que estaba en un marco, decorando el salón—. ¿Ha preguntado por mí?
—Sí, varias veces en los últimos años.
—¿Y qué le has dicho?
—Le he dicho que no podías quedarte, que vivías muy lejos, en otra tierra. Le he
dicho que lo querías y que estarías con nosotros si pudieras.
Peter la miró.
—Entonces, no le has mentido.
—No lo sé. ¿Le he mentido?
—Es verdad. No podía quedarme en América, Lali. Y ahora que lo he visto, sé
que me moriría antes de permitir que le pase algo.
Lali tragó el nudo que tenía en la garganta.
—Me alegro de que sientas eso, pero también me preocupa lo que le digamos.
Peter alzó la vista y la miró.
—Eso lo dejo a tu elección, pero a mí me gustaría que supiera que soy su padre.
En un mundo perfecto, a Lali aquello le parecería una buena idea. Pero aquella no
era una situación perfecta.
—¿Y luego qué? «Eh, Agustin, yo soy tu padre, pero siento tener que volver a
ocuparme de mis obligaciones y marcharme».
—Puedo volver a visitarlo durante los veranos, cuando no vaya al colegio.
—¿Es suficiente eso, Peter? ¿Crees que le parecerá suficiente alguna vez?
Peter se pasó una mano por la nuca y suspiró.
—¿Habrías renunciado a la oportunidad de haber pasado unos años con Daniel y con
tu padre aun sabiendo que te los arrebatarían?
Lali maldijo internamente su lógica.
—No, no lo habría hecho. Pero es distinto. Tú estás ausente por elección, no por
muerte.
—A veces las decisiones las toman otros.
—¿Te refieres a tus obligaciones? No estoy segura de que Agustin comprenda
que tu posición está por delante de él. Con el tiempo, podría estar resentido contigo.
—¿Y su madre lo está? —preguntó Peter en voz baja y firme.

LO SIENTO ENSERIO MANDARON A ARREGLAR LA COMPU Y NO PUDE SUBIR NADA LO SIENTO MAÑANA SUBO DOS LO JURO.