miércoles, 8 de enero de 2014

CAPITULO 1 - AED



 Prólogo, Parte uno:

Londres, noviembre

   Lali Esposito se quedó de pie justo al otro lado de la puerta giratoria. La oscuridad 
de la tarde de noviembre resaltaba el brillo de la luces del lujoso hotel londinense. Tenía
 el corazón en un puño, le temblaban las piernas y las manos, sudorosas, lo mismo que
 la espalda.Le dolía la cabeza justo en los puntos donde las horquillas sujetaban la masa 
de rizos. Con una mano visiblemente temblorosa, empujó la puerta pero no fue capaz 
de entrar dentro de su giro. El frío viento le golpeó las piernas desnudas pero no pudo 
sacarla del estupor en que se encontraba.
  
  Una pareja salió de un taxi justo detrás de ella y en un frenesí de porteros, equipajes y 
alemán en medio de la helada brisa, supo que tenía que entrar al recibidor que estaba
 justo detrás del cristal o apartarse y dejar pasar.
    
La realidad la sacó de su estupor. Respiró y se movió lo justo para poder entrar en la  
puerta giratoria y llegar hasta el interior.
    
Lo vio en cuanto estuvo dentro. Estaba de pie mirando en otra dirección, hablando con
 alguien, así que no pudo apreciar su llegada, lo que ella agradeció. Una oportunidad, 
aunque ínfima, de controlar sus nervios. Y una ocasión para observarlo un momento.
   
 Estaba de pie con las manos en los bolsillos, haciendo que la tela de sus pantalones 
sastre se ciñera a su parte trasera mostrando un físico más propio de un atleta que de
 un magnate multimillonario. Un magnate que tenía la terrible reputación de ser uno de
 los más poderosos e innovadores en Europa.

    Peter Lanzani había empezado a existir para ella sólo dos semanas antes cuando lo
 había conocido en casa de su padrastro. Había sido uno de los escogidos magnates 
que se habían reunido con el marido de su madre en las últimas dos semanas. Y al 
haber estado ella allí para echar una mano a su madre atendiendo a los invitados, los 
sueños de Lali se habían llenado rápidamente con aquel hombre tan dinámico. 
Todavía no podía creer que estuviera interesado en ella, aunque la prueba era que tenían
 una cita. Una cita en la que había un fin oculto.

   Lali tragó con dificultad. No podía escapar a lo que tenía quehacer. Lo sabía con
 terrible fatalidad. Pero... ¿podría él descubrirlo en un segundo? Casi tuvo la esperanza 
de que sí. Era un hombre muy inteligente. Quería darse la vuelta y salir por la puerta,
 pero no podía. Silo hacía las consecuencias afectarían a su ser más querido. No 
tenía elección.

–Lali.

   Abrió los ojos de par en par. ¿Cómo no lo había oído acercarse? Trató de calmarse
 enderezando la espalda.

–Peter, siento haberte hecho esperar.

  La miró de arriba abajo, dejándola sin respiración.

–Unos pocos minutos son una sorpresa agradable. He esperado más otras veces.

    De alguna manera Lali supo que mentía. Ninguna mujer hubiera hecho esperar a
 ese hombre. Sus penetrantes ojos azules la mantenían atrapada. No podía apartar la
 vista y esa conocida sensación como de no tener esqueleto no se le pasaba. Ése era el 
efecto que tenía sobre ella desde que lo había visto por primera vez. Cuando todavía no
 tenía ni idea del papel que tendría que interpretar en el maquiavélico plan de
 su padrastro. Cuando no había visto en Peter otra cosa que un hombre, no alguien a 
quien traicionar, arruinar... robar su riqueza. Y... seducir.

   Al mirarlo sentía nublarse su mente. Incluso durante un segundo se engañó a sí misma
 pensando que todo lo que había alrededor no existía.A lo mejor aquello sólo era la 
sencilla cita que él le había pedido, sin ningún otro interés. Eso la hacía respirar con una 
peligrosa excitación.Después de esa noche no volvería a verlo y eso la hacía sentirse
 vacía.

Un destello helado brilló en los ojos de Peter durante un segundo, pero rápidamente lo  
reemplazó la dulzura.

–¿Vamos? La mesa está ya preparada...

A Lali se le cayó el corazón a los pies. Ése era el punto de no retorno

–Bien.

Atravesó el recibidor delante de él en dirección a una puerta del fondo.Se sentía como si caminara hacia la guillotina. Entonces notó en el bolsillo la pesada llave de la habitación. La llave de la habitación que había reservado su padrastro. Sintió una náusea. El escenario donde tendría que seducirlo. Incluso tendría a uno de sus hombres vigilando todo el proceso... para asegurarse de que ninguno de los dos se marchaba
demasiado pronto. Antes de que el daño estuviera hecho. ¿Cómo podría hacer algo así?

En la puerta del comedor sintió los dedos de Peter en el brazo. Se volvió al ser consciente del escaso retal de encaje que llevaba puesto. No quería llegar al inevitable momento de quitarse el abrigo. Sintió pánico.No podía hacerlo... no podía mirar. No pudo soportar la reacción de Peter cuando vio el vestido.