viernes, 26 de julio de 2013

CAPITULO 4






Para sorpresa de Lali, Agustín pareció decepcionado por tener que dejar a su
nuevo amigo. Llevaba semanas excitado por la idea del campamento. Sin embargo en
aquel momento parecía no importarle su viaje.
—¿Puedo quedarme y charlar un poquito más con el príncipe? —preguntó Agustín .
—¿Cuánto tiempo vas a estar en ese campamento? —le preguntó Peter.
—Dos semanas —contestó Lali por su hijo—. Seguramente te habrás ido...
—Te prometo que estaré aquí cuando regreses —dijo Peter al niño.
Agustín sonrió, con el mismo hoyuelo izquierdo que se le formaba al padre,
confirmando más su parentesco.
—¿Puedo montar en tu coche cuando vuelva?
—Sí, por supuesto.
Lali llevó al niño hacia la puerta.
—Vamos.
—Lali... Una cosa más —dijo Peter por detrás.
—¿Qué?
—Estaré aquí cuando vuelvas.
Exactamente lo que Agustín había esperado durante años y lo que más temía en
aquel momento.
Peter había visto muchas maravillas del mundo. Pero ninguna era comparable con
su hijo.
Peter se sentó en silencio. No le quedaba más que aferrarse a la esperanza de
poder recuperar los años perdidos y poder compartir las experiencias venideras con su
hijo. Pero eso no era posible. No alcanzarían las horas para compensar el tiempo
perdido.
—¿Estás bien, Peter?
Peter alzó la vista del café y miró los ojos de Julia.
—Todo lo bien que se puede estar.
—Supongo que el descubrir lo del niño es un shock para ti.
—Sabía de su existencia antes de venir.
—¿Lo sabías? —preguntó Julia, sorprendida.
—¿No te ha dicho Lali que hablamos anoche, después de la subasta?
—preguntó Peter.
—No, no me lo ha dicho. Sólo me dijo que un hombre había pagado un montón de
dinero para que ella entrenase a su caballo.
—Ese era yo. Un precio bajo por la oportunidad de conocer a mi hijo.
Y la oportunidad de que Lali estuviera cerca, aunque sólo fuese poco tiempo.
Tal vez él se estuviera torturando de algún modo, sabiendo que jamás podría tocarla,
que no podría abrazarla, ni volvería a hacer el amor con ella. Algunas cosas no habían
cambiado con el transcurso del tiempo.
—¿Cuánto tiempo hace que lo sabes? —preguntó Julia.
—Lo descubrí hace unos meses. Tenía a alguien que investigaba la vida de
Lali. No sabía seguro que era hijo mío hasta que hablé con ella anoche.
—¿Lali admitió que tú eras su padre?
—No, pero lo deduje por su edad y por algunas cosas que me dijo. Y después de
haberlo visto no tengo ninguna duda —Peter puso la taza a un lado y se echó hacia atrás
en la silla—. ¿Cuánto hace que lo sabes?
Julia suspiró.
—Después de la muerte de Daniel, me di cuenta de que pasaba algo con Lali, algo
más que la pérdida de su hermano. Después de insistirle, terminó confesándome que
estaba embarazada. Intentó convencerme de que había estado con un chico, pero
cuando nació Agustín, estuve segura de que era tuyo.
Peter sintió la punzada de la culpa en su vientre.
—Fue la noche en que murió Daniel. Encontramos consuelo el uno en el otro... Nunca
antes había sido tan inconsciente... Sé que eso no lo justifica, pero quiero que sepas
que yo jamás tuve intención de que sucediera.
—Sé que no quisiste que ocurriese. También sé que Lali puso los ojos en ti
desde el mismo momento en que entraste en casa. Y si a eso se agrega el dolor por la
muerte de Daniel, no me extraña que sucediera.
—Eso no disculpa mi comportamiento, el que no la protegiera. No debí permitir
que sucediera.
Julia se inclinó hacia adelante y puso una mano en el brazo de Peter.
—Es demasiado tarde para preocuparse por lo que deberías haber hecho. La
cuestión es qué harás ahora.
Peter sabía lo que quería hacer. También sabía lo que no podía hacer. No podía
involucrarse en una relación con Lali nuevamente sabiendo lo que le esperaba a su
regreso a casa. Tampoco podía abandonar a su hijo.
—Me gustaría tomarme el mes que voy estar aquí para conocer a mi hijo.
Julia frunció el ceño.
—¿O sea que vas a intentar comprimir seis años en cuatro semanas?
—Supongo... También quiero establecer un fideicomiso para estar seguro de que
sus necesidades son satisfechas.
Julia lo miró.
—Quiero que te quede clara una cosa, señor jeque. Lali ha trabajado como una
fiera para satisfacer las necesidades del niño. Después de que se terminase el dinero
del seguro de vida, el año pasado, ha trabajado con caballos que nadie quería entrenar,
con el riesgo de sufrir daño, o algo peor, con el solo fin de pagar las facturas y de
traer comida a la mesa. Yo he hecho mi parte también, y te puedo asegurar que Agustín
ha sido un niño feliz, excepto por su diabetes.
—¿Diabetes? —preguntó Peter, aterrorizado.
—Sí. Supongo que Lali no se ha molestado en contártelo. El campamento al que
va a asistir es un programa de verano para niños diabéticos. Lali tenía miedo de
dejarlo ir, pero ha llegado a la conclusión de que le hará muy bien.
—¿Cuánto tiempo hace que tiene diabetes?
—Se la diagnosticaron hace poco más de un año. Pero está bien después de haber
tenido algunos contratiempos. Es un pequeño gran jinete, te lo advierto.
Peter sintió pena por su hijo, y deseo de borrarle esa pena...
—Si lo hubiera sabido, habría hecho más. Lo habría enviado a los mejores
médicos, a los mejores hospitales.
—Eso no habría cambiado las cosas, Peter. Le ha tocado padecer esta
enfermedad. Sólo podemos rogar que encuentren la cura algún día. Mientras tanto,
queremos tratarlo como a un niño normal. O al menos, eso intentamos. Lali es muy
sobreprotectora.
Él lo había notado.
—Con mi dinero podría tener más libertad económica.
—No te aceptará el dinero.
—No me lo rechazará si sabe que es por el bien de nuestro hijo.
—Es posible. Pero le has hecho mucho daño desapareciendo de la faz de la tierra,
y cortando todo contacto con ella. No sé cómo vas a manejar ese asunto.
Peter tampoco, pero lo intentaría.
—Si podemos hablar un poco más, espero que podamos llegar a un acuerdo.
Julia miró la taza y se quedó pensativa.
—Bien. Así que quieres compartir un tiempo con Agustin. Es una buena idea. Pero
tendrías que estar cerca. A mi modo de ver, tendrías que venir a vivir aquí, con
nosotros.