viernes, 1 de noviembre de 2013

CAPITULO 23

                         

 










Después del almuerzo, Peter fue al establo para seguir con los arreglos. Lali
sólo había aparecido brevemente en la casa, había agarrado un sándwich y había vuelto
a trabajar con los caballos, prácticamente sin mirar a su tía o a él.
Cuando Peter se fue acercando al granero, vio la camioneta del hombre llamado
Gaston. Se acercó lentamente a la entrada al oír la risa de Lali. Se detuvo allí para
escuchar. Sabía que no tenía derecho a entrometerse, pero no podía dejar de intentar
escuchar a través de la pared.
—Una cena me encantaría. Pero tendrá que ser dentro de un par de semanas.
Agustin estará en casa y mi invitado se marchará.
Al oír la palabra «invitado», Peter sintió una punzada de rabia. Le molestaba que lo
considerase un invitado. Luego reflexionó. Claro que era un invitado, y no un miembro
de la familia. Sólo un amigo, un extraño para su hijo. El amante de Lali el tiempo que
se quedase allí.
Aquel pensamiento le hizo avanzar, pero una vez más dudó cuando el hombre
empezó a hablar.
—Te llamaré la semana que viene, a no ser que tú quieras que nos veamos antes.
Peter se retorció de celos. Esos celos lo hicieron entrar en el granero.
Lali y Gaston estaban en el establo de la yegua.
Lali se dio la vuelta y miró a Peter, luego sonrió.
—Hablando de Roma... Aquí está Peter —Lali hizo un gesto hacia él—. Gaston,
éste es Peter, un amigo de la familia.
Peter le dio la mano, reacio, pero no le devolvió la sonrisa.
—Me alegro de conocerte, Peter —dijo Gaston—. Lali me ha dicho que eres una
especie de príncipe.
—Un jeque —dijo él.
—Es genial —Gaston sonrió a Lali—. Sigue así, Lali. Estoy muy contento
contigo.
Peter se preguntó qué otra cosa de ella esperaba que le diera satisfacción...
Se apartó para dejar salir a Gaston.
Cuando estuvieron solos, Peter le preguntó:
—¿Vas a cenar con él después de que me vaya?
Lali agarró una caja de plástico con suministros y caminó hacia el taller de
herraduras.
—Eso parece.
Guiado de su envidia, Peter la siguió.
—¿Estará Agustin?
—Sí.
—¿Le gusta a nuestro hijo ese hombre?
—No lo conoce mucho.
—Entonces, no sabes si será un pretendiente adecuado.
—No creo. Personalmente, no creo que sea un pretendiente adecuado, porque
está casado y tiene dos hijos.
—¿Tiene esposa?
—Sí. Y estará con nosotros. ¿Estás satisfecho ahora?
Peter seguía reacio a confiar en el hombre.
—Desconfío de sus intenciones, aunque esté casado.
Lali puso los ojos en blanco, luego se dio la vuelta y empezó a pasar grasa por
la silla de montar.
—Mira, Peter. Gaston es un muchacho agradable. Realmente me ha hecho un favor
dejándome entrenar a su caballo, y es lo único que me ha pedido.
—Hasta ahora.
Ella se dio la vuelta abruptamente:
—No sé por qué piensas que tiene otras cosas en mente. Ni siquiera lo conoces.
Él conocía a ese tipo de hombres. Y lo tentadora que podía ser Lali, con
aquella camiseta corta mostrando su vientre, el ombligo. El vaquero aquel estaría
casado, pero era un hombre.
Peter pensó que no tenía ningún derecho a juzgar a nadie, después de lo que había
hecho el día anterior.
—No volveré a mencionártelo —dijo Peter.
Pero pensaría en ello en siguientes días, y cuando estuviera en Barak. Pensaría en
ella a menudo, y se preguntaría si habría encontrado a otro hombre.
Pero de momento era suya. Y no pensaba resistirse a ella, aunque apenas pudiera
robarle unos momentos.
Peter miró a Lali limpiar la silla. Se agachaba cada tanto, mostrándole un
vaquero apretado en las caderas, revelando la forma de su trasero. Llevaba el pelo
recogido, dejando al descubierto ese cuello que tanto le gustaba besar...
Lali era una tentación permanente para él.
—¿Necesitas mi ayuda? —preguntó él.
—He limpiado tantas sillas, que podría hacerlo con los ojos cerrados.
—Supongo que puedes hacer muchas cosas con los ojos cerrados.
Lali se quedó petrificada cuando sintió el calor del cuerpo de Peter por detrás.
Sintió un estremecimiento al sentir que Peter le quitaba el pañuelo que tenía en el
bolsillo de atrás del pantalón y se lo pasaba suavemente por el hombro y por un pecho.
—¿Quieres que veamos si puedes hacer cosas con los ojos cerrados?
Antes de que pudiera responder, Peter le tapó los ojos.
Ella se volvió a estremecer.
—¿De verdad vas a hacerme limpiar la silla con los ojos tapados? —preguntó ella,
sabiendo que aquella no era la intención de Peter.
Peter le dio la vuelta y la apoyó contra la silla.
—Olvidémonos de la silla por ahora —Peter la besó suavemente, y le lamió el labio
inferior—. Quiero que te concentres en lo que hago.
Ella sintió una ola de calor en su vientre, y luego entre sus piernas.
—He estado trabajando, Peter. Tengo calor y estoy sudada —protestó Lali, sin
convicción.
—Yo también. Pero tengo las manos limpias.
Sus manos eran maravillosas acariciándole los pechos.
—¿Y qué me dices de Julia? —preguntó ella.
Le preocupaba que los sorprendieran. Pero eso también aumentaba su deseo.
—Julia ha ido al mercado —susurró Peter, lamiéndole el lóbulo de la oreja—. Y
Barto no vendrá hasta el atardecer.
Cuando ella se agarró a sus brazos para afirmarse, él se los quitó y los dejó a los
lados de su cuerpo.
—No me toques todavía.
Luego le dio un beso en las palmas de las manos.
—Ahora puedes tocarme, Lali. Recuérdame.
¿Cómo podía olvidarlo? Estaba harta de intentarlo.
Lali exploró su cara, una cara que había invadido sus sueños muchas noches.
Pasó un dedo por su nariz, dibujó sus labios. Acarició su mejilla. Daba igual que no
pudiera verlo en aquel momento. Lo llevaría en la memoria.
Deslizó las manos por su cuello y llegó al pecho. Se detuvo allí al notar que Sam
se había quitado la camisa. Su piel estaba húmeda y caliente. Acarició su vello, sus
pezones, que se pusieron duros al tocarlos.
Siguió por su abdomen, y sus músculos se tensaron cuando trazó un círculo con el
dedo en el ombligo. Cuando intentó deslizar un dedo por debajo de la cintura del
pantalón, él le sujetó la muñeca.
—Levanta los brazos —le ordenó.
Ella lo hizo, y se echó hacia atrás, apoyándose en la silla para sujetarse. Él le
quitó la camisa y la dejó desnuda de cintura para arriba. Le deslizó un dedo por el
pecho, de hombro a hombro. Lo deslizó por sus pechos, acariciándolos con la punta de
los dedos, haciendo círculos en sus pezones.
—Eres hermosa a la luz del día —dijo con voz sensual.
—Esto no es justo. Tú puedes verme y yo no.
—De momento, sólo tienes que sentir.
No había problema, pensó Lali, mientras su boca hacía suyo uno de sus pezones.
Ella se entregó a las sensaciones.
Peter le acarició ambos pechos por igual, mientras ella le acariciaba el cuero
cabelludo y seguía sus movimientos.
De pronto, Peter levantó la cabeza y le ordenó:
—Date la vuelta.
Lali le obedeció.
Con su dedo, Sam hizo un sendero por su columna vertebral, primero con el
pulgar, luego con la boca. Ella sintió un reguero de escalofríos. Era una exquisita
tortura.

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