miércoles, 6 de noviembre de 2013

CAPITULO 24



Ella estaba apoyada contra la silla, y le llevó un momento darse cuenta de que él
había deslizado una mano entre ella y la silla. Sintió que le bajaba la cremallera del
pantalón y se estremeció de anticipación por el placer. Él le bajó el pantalón hasta los
muslos junto con las braguitas. Un aire caliente le acarició el trasero, al descubierto,
pero no fue nada comparado con los besos que le dio Peter en la parte de abajo de su
espalda, y los que luego le dio en el trasero.
Lali saboreó la sensación del tacto de su boca, gimiendo al sentir el suave
mordisqueo de sus dientes que alternaba con las caricias de su lengua.
—Un postre delicioso —dijo él.
Ella no podía negarlo.
Después Peter subió con la lengua hasta su cuello. Lo besó mientras él metía la
mano entre sus piernas. Desesperada de deseo, ella se frotó contra su mano,
animándolo.
Lali no pudo reprimir un gemido cuando él quitó la mano.
—Paciencia —le dijo—. Ya voy a satisfacer tus necesidades, pero antes quiero
ocuparme de algo.
Cuando escuchó el ruido de su cremallera seguido del ruido del papel, Lali se dio
cuenta de que Peter había planeado aquello.
Había planeado volverla loca de deseo, a pesar de sus objeciones al principio. Y lo
peor era que con aquello no iba a poder estar con otros hombres, porque ninguno
podría compararse con él.
Pero de momento, sólo quería disfrutar.
Él se apretó contra su espalda, y volvió a tocarla en el lugar que lo estaba
esperando. Acarició sus pétalos húmedos hasta que encontró su centro. La acarició con
dedos tiernos. Pronto ella se vio envuelta en un torbellino de placer, mezclado con el
aroma a heno, a cuero y a Peter. Ella oyó su respiración agitada y los ruidos de los
caballos, pero todos los sonidos, todos los olores parecieron desaparecer mientras él
la acariciaba para hacerla estallar.
El estallido empezó a formarse lentamente, y lo único que supo ella era que lo
quería dentro, ahora mismo.
Lali extendió las manos hacia atrás para sujetar sus caderas y apretarlo más
contra ella. Él entró con un único y afilado empuje, y ella no pudo más, y estalló.
Giró la cara hacia él, y aceptó su profundo y penetrante beso. Su lengua la
exploró con la misma avidez de su sexo, hambrienta, desesperada, mientras él se
movía dentro de ella, sofocando sus gemidos cuando entró por completo.
La siguió acariciando aun después de que ella se hubiera derrumbado.
—Otra vez, Lali.
—No sé si...
—Yo sí lo sé. Lo harás.
Sorprendentemente, ella pudo llegar a la cima otra vez, momentos antes de que
Peter llegase también. Él agarró sus caderas y dejó escapar un gemido. Hundió la cara
entre sus omóplatos y la abrazó fuertemente. Ella no podía decir cuál de los dos
estaba temblando más. Estaban tan cerca que uno parecía terminar donde terminaba
el otro.
—Me haces sentir lo que nunca he sentido. No he conocido nada como esto.
Lali tampoco. Ni lo conocería, pensó.
De pronto la asaltó la realidad. Alguien había aparcado en la casa, y por el
ruidoso motor, era Julia.
—¡Julia! —exclamó.
Empujó a Peter para que se quitase y desató el pañuelo de los ojos. Se puso las
braguitas, y buscó torpemente la camisa, que resultó estar cubierta de serrín y paja.
Se la puso y dijo:
—Vístete. Puede venir aquí.
—Supongo que primero sacará la comida del coche —respondió él, vistiéndose
tranquilamente.
—Puedes equivocarte.
Peter sonrió.
Peter Lanzani estaba demasiado seguro, demasiado práctico en aquella situación,
pensó Lali, cuando lo vio tirar el preservativo y el envoltorio en un cubo de basura y
luego cubrirlo con un saco de comida de los animales.
—Todo está disimulado. Nadie sabrá qué ha sucedido aquí.
Lali se miró la ropa desarreglada y se imaginó qué pensaría su tía.
—Supongo que puedo decirle a Julia que hemos tenido un inesperado tornado
atravesando el granero.
Peter pateó la puerta, lo que sorprendió a Lali. Tiró de ella y la estrechó en sus
brazos.
—Después de todo, tenemos mucho que aprender el uno del otro —dijo.
—Me gustaría pasarme la vida aprendiendo contigo... —respondió Lali.
Él se puso serio.
—¡Ojalá fuera posible!
Lali sintió frío de repente y se soltó de su abrazo.
—No te preocupes tanto, Peter. Ya te lo he dicho. No espero nada. Sólo estaba
bromeando.
—¡No te imaginas cuánto deseo poder estar contigo! Pero no es posible.
Ella puso las manos en jarras y dijo:
—Siempre he pensado que todo es posible.
—En esto, no.
Ella se reprimió las lágrimas que pujaban por salir.
—¿Por qué? ¿Por tus deberes? ¿No te das cuenta de que podrías ser feliz aquí,
con nosotros? He notado tu felicidad, Peter. Ahora sonríes más. Te lo pasas bien, sobre
todo con Agustin. Debes de estar ciego, si no te das cuenta.
Peter pateó el barril con comida para los animales. El ruido habría alertado a
cualquiera, si hubiera habido alguien cerca.
—Por supuesto que estoy contento aquí. Pero eso no cambia mis circunstancias.
Tengo que cumplir con mis obligaciones.
¿Cuántas veces más tendría que escuchar aquello?, se preguntó ella.
—¿Obligaciones con quién? ¿Con tu padre?
—Con mi... —desvió la mirada—. Sí, con mi padre. Con mi gente.
Lalise secó una lágrima y dijo:
—Bueno, estupendo. Supongo que eso no incluye a tu hijo.
«Ni a mí», pensó.
—Te he dicho que te daré todo lo que necesites.
—Dinero. Pero eso no comprará su amor, Peter. Tu dinero y tu posición no
comprarán tu felicidad tampoco.
Sin decir una palabra, Peter abrió la puerta y dejó sola a Lali, con su tristeza.
Si hubiera sabido Peter cuánto lo amaba... Si él se hubiera puesto a pensar en las
posibilidades. Pero algo le impedía hacerlo.
Pero ella descubriría los secretos del jeque, aunque fuera lo último que hiciera
antes de que se marchase.

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