domingo, 4 de agosto de 2013

CAPITULO 14


Peter tiró el móvil en el sofá y juró internamente por las obligaciones de su cargo.
Según su padre, la situación en Barak exigía que volviese inmediatamente. Peter
había logrado negociar que se quedaría dos semanas en lugar de cuatro, con la excusa
de que tenía que ocuparse de una inversión aún. Sólo una semana con su hijo después
de su regreso. Nunca le alcanzaría el tiempo.
Tiró en el sofá el periódico que tenía en el regazo. Se sentía como un niño con
una pataleta. Y eso no le serviría.
—¿Algún problema, Peter?
Peter observó a Lali entrar en la habitación y sentarse en el sofá, cerca de él.
Llevaba un pijama de seda color champán. Aquella visión casi le hace olvidar sus
problemas. Pero no quería que lo distrajera. Ahora que sabía que tendría que
marcharse antes, tenía muchas cosas que hablar con ella.
—Me temo que tengo que acortar mi estancia. Me han llamado para que vaya.
—¿Esta noche? —preguntó ella, sorprendida.
—No, pero no me podré quedar tanto tiempo como pensaba. Debo volver dentro
de dos semanas.
Lali pareció relajarse y encogió las piernas encima del sofá. Estaba bebiendo
un vaso de té helado.
—¿Te ha llamado Riera?
—He hablado con mi padre. Quiere que vuelva.
—¿Siempre haces lo que te dice que hagas?
Peter había esperado su reproche, pero no su interrogatorio.
—Tengo obligaciones, Lali. Seguro que lo comprendes, ahora que tienes un
hijo.
—Yo no veo a Agustin como una obligación. Lo veo como una alegría, no como un
trabajo.
—¿Esperas que eluda mis responsabilidades?
—Lo que yo esperaría es que el ser príncipe te hiciera más feliz.
—¿Y en qué basas esa suposición de que no soy feliz con lo que soy?
—No pareces feliz, no como antes. Casi no te he visto sonreír, y mucho menos
reír. De hecho, casi todo el tiempo estás serio. Ese no es el Peter que yo recordaba.
El jeque Peter Lanzani había reemplazado al Peter que ella había conocido. Peter
llevaba ahora una carga sobre sus hombros, la responsabilidad que debía asumir el hijo
mayor del rey.
—Ese estudiante relajado que tú conociste, ya no existe.
—¡Oh! Yo creo que sigue ahí, muriéndose por salir a la superficie.
—Lamentablemente, ese no es el caso.
Lali dejó el vaso sobre la mesa y dijo:
—Me daría mucha rabia que fuera así, Peter. También me espantaría que Agustin
tuviera que someterse alguna vez a semejante presión, que lo haga perder el gusto por
la vida.
—Dudo que pierda esos atributos, teniendo en cuenta quién es su madre.
Lali sonrió.
—Supongo que eso es un piropo.
—Sí. Me gusta tu espíritu libre, tu pasión por la vida.
—Y yo apreciaba tu pasión, también.
Peter pensaba que se refería a la pasión que habían compartido. Pero no quería
recordarlo aquella noche, teniéndola tan cerca.
Peter carraspeó y se echó hacia atrás en el sofá, queriendo aparentar estar
relajado.
—He aprendido a manejarme con las exigencias de mi posición. Soy quien soy.
—Es un título, Peter, no quién eres tú. Mi padre nunca intentó transformarme en
alguien que no soy. Ni Daniel. Dejaron que fuera yo misma.
—Si no recuerdo mal, Daniel dijo una vez que a ti no había con qué atarte.
Lali echó la cabeza hacia atrás y se rió. Esa risa llenó de vida Peter.
—Sí, eso decía. Y tú decías cosas peores. Siempre me estabais tomando el pelo.
Me volvíais loca...
—Eras un blanco fácil.
Ella sonrió.
—Un blanco movedizo, querrás decir. Sobre todo cuando veníais a hacerme
cosquillas

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