sábado, 17 de agosto de 2013

CAPITULO 18

A Lali no le importó que su hijo quisiera que él fingiera ser su padre, aunque lo
fuera de verdad. Ni que Peter hubiera tenido su atención durante todas las actividades
de ese día. Después de todo, era un príncipe. No le había preocupado que lo hubieran
escogido para anclar la soga del juego de tira y afloja para el equipo de Agustin,  puesto
que tenía el físico apropiado. Ni le había importado que Agustin se lo hubiera
presentado a todo el mundo, y a ella no le hubiera hecho ni caso. Además, cuando se
había hecho daño en la rodilla en el juego de softball, la había buscado a ella para que
le diera un beso en la herida.
No obstante, no podía evitar estar un poco celosa cuando Agustin le había dicho a
Peter que aquel día se lo había pasado mejor que nunca. Incluso mejor que cuando Lali
lo había dejado participar con su potrillo en el desfile del Cuatro de Julio. ¿Cómo podía
competir ella con eso?
No podía. Ni quería. En realidad, debería de haber estado fascinada de que
padre e hijo se hubieran llevado tan bien.
Pero no podía estar feliz, sabiendo que en cuestión de días, Peter se marcharía.
Mientras Riera daba una vuelta con Peter, Agustin y los niños por el
aparcamiento, Lali se quedó esperando. Les dio esos momentos juntos sin quejarse,
sabiendo que serían unos de los últimos.
El coche paró, y los niños salieron corriendo hacia el comedor, para cenar.
Agustin se quedó con Peter preguntándole cosas sobre una actividad de la fiesta.
Lali se acercó y acarició el cabello de su hijo, aún húmedo del baño de la tarde.
—Tienes que volver con los niños, cariño. La cena está lista, y nosotros tenemos
que volver a casa a ocuparnos de los caballos.
Agustin miró con decepción.
—De acuerdo. Pero, ¿puede recogerme Peter en su limusina el fin de semana que
viene?
—No lo sé, cielo. Tendrás que preguntárselo...
—Estaré aquí sin falta —dijo Peter.
Lali abrazó a Agustin y dijo:
—Sé bueno.
—Lo seré, mamá.
—Come bien y controla el nivel de azúcar.
—Sí, mamá.
—Y descansa...
—¿Puedo irme, madre? Tengo hambre.
«¿Madre?» ¿Desde cuándo había dejado de ser «mamá»?, se preguntó Lali.
Después de dar un beso a Agustin, Lali lo dejó marchar. Tendría que aprender a
separarse de su hijo poco a poco, algo que parecía repetirse con los hombres en su
vida.
Agustin se dirigió a Peter y chocó los cinco.
—Hasta pronto, señor jeque.
—Hasta pronto —sonrió Peter.
Con un saludo con la mano, Agustin se marchó hacia la cabaña.
Peter le señaló la puerta abierta de la limusina.
—¿Vamos?
—Supongo —respondió ella y entró en el coche.
Se quedaron en silencio un rato. Luego ella preguntó en tono de broma:
—¿Y? ¿Te lo has pasado bien, jeque Lanzani?
—Sí.
—Me alegro. He notado que realmente te ha gustado ir a nadar.
—Mucho.
—Las mujeres deben de haber disfrutado viéndote nadar.
—No comprendo —respondió él.
—¿Quieres decir que no te has dado cuenta de que todas te estaban mirando
cuando saliste del agua, como si fueras un dios árabe?
Peter se rió.
—Lali, tus imaginaciones sólo se equiparan a tu amor por los caballos.
—No me lo estoy imaginando. Claro que ese bañador realza tu figura...
—Son sencillos, Lali. Negros.
—A Eugenia le han gustado.
—¿Eugenia?
—Sí. La madre de Bruno. La divorciada que llevaba tacones con pulseras doradas
y que estuvo rondándote todo el día.
—No la recuerdo.
—¡Oh, seguro!
Peter la miró.
—Estando contigo, es imposible que me fije en esa tal Eugenia. Tu traje de baño
también llamaba la atención. El azul hace juego con tus ojos. Muy bonito, por cierto.
Lali sintió ganas de reírse. Su bañador era un modesto dos piezas. Y la mayor
parte del tiempo había estado con la camiseta puesta.
—Apuesto a que eso se lo dices a todas las mujeres de tu harén.
—No tengo ningún harén.
—¡Maldita sea! ¡Me has estropeado mis fantasías del desierto!
—Siento decepcionarte.
En realidad, no la había decepcionado. Aún. Pero la noche era larga, y ella tenía
un objetivo.
—Hace calor aquí, ¿no crees?
—Yo estoy cómodo.
—Bueno, yo, no —dijo ella. Y se desabrochó la blusa, dejando ver el borde del
sujetador—. Así estoy mejor.
—Le diré a Riera que ponga el aire acondicionado —apretó el botón que había a
su derecha y lo pidió. Luego agarró la revista que había estado leyendo antes.
Lali pensó en desabrocharse el botón de sus pantalones cortos vaqueros, pero
se arrepintió.
—Y hablando de Riera, ¿puede vernos?
Peter la miró con desconfianza.
—No, si el cristal está en su sitio. ¿Por qué lo preguntas?
—Curiosidad.
Peter murmuró algo en árabe que Lali no comprendió, y volvió a mirar la revista.
Y Lali volvió a sus pantalones cortos. Se los quitó. También se desabrochó el
sujetador y se lo quitó por las axilas. Luego lo tiró al suelo, al lado de los shorts. Ahora
sólo llevaba una camisa sin mangas de algodón y unas braguitas negras diminutas. Si
eso no lograba su atención, podía darlo por perdido.
Al ver que Peter no la miraba, decidió ocuparse ella misma del asunto.
Estaba harta de la farsa de todo el día de que era un amigo, porque era más que
un amigo. Y antes de que se fuera quería experimentar lo que tuviera para ofrecerle.
Con aquel pensamiento, Lali se puso de rodillas y se arrastró hasta el asiento
frente a ella, donde estaba Peter, y se movió entre sus piernas abiertas. Cuando alzó la
mirada, notó un brillo de sorpresa en la expresión de Peter.
Ella agarró la revista y la tiró en el otro asiento.
Luego metió los dedos por el bajo de los shorts de Peter.
—¿Es tan interesante esa revista que no puedes prestarme atención un
momento?
—¿Quieres sólo que te preste atención, Lali? Si es así, no hace falta que
recurras a medidas como arrastrarte por el suelo.
—¿No te gusto de rodillas?
Peter le miró la blusa abierta, que mostraba buena parte de sus pechos.
—Me gustaría que volvieras a tu asiento y que te vistieses otra vez antes de
que...
Al parecer, se estaba imaginando lo mismo que ella.
—¿Antes de que qué?

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