sábado, 3 de agosto de 2013

CAPITULO 10


Él sonrió al verla sonreír.
El ruido en la grava llamó la atención de Peter.
Un camión se acercó al corral. De él descendió un hombre con ropa típica de
vaquero.
Sin esperar a que lo invitase, se acercó a Lali y habló con ella. Peter no pudo
oír lo que hablaban porque estaba lejos de ellos.
De pronto se rieron. El hombre se acercó a Lali. Aquella risa compartida y
aquel gesto le dieron celos.
Luego el vaquero le tocó la cara y palmeó su trasero como si tuviera derecho a
ello. Peter tuvo que hacer un gran esfuerzo para no reaccionar e intervenir.
Afortunadamente, el hombre se dio la vuelta y se marchó.
Lali tenía derecho a hacer lo que quisiera. Pero sin embargo, no pudo evitar
estar enfadado un rato.
La acompañó a llevar la yegua al granero. Sus caderas se balancearon delante de
él.
—¿Quién era ese hombre? —preguntó Peter con los brazos en jarras.
—¿Quién? ¿Gaston? Es un amigo.
—¿Sólo un amigo?
—El caballo castrado al final del corredor es suyo. Viene a ver cómo anda de vez
en cuando. Me ha dejado tenerlo cuarenta días para que le enseñe lo básico, antes de
que se lo dé a otro muchacho para que lo dome.
—¿Quieres decir que su único interés en ti es tu habilidad en el entrenamiento
de caballos?
—Por supuesto.
—¿Eres tan ingenua todavía, Lali?
—¿En qué?
—Ese hombre te mira como mujer.
—Estás loco, Peter. Gaston sólo quiere que le entrene el caballo, nada más.
—Le interesas tú, Lali.
—¡Dios santo! ¿Qué te hace pensar eso?
—El modo en que te ha tocado.
—¿Tocado?
—¿Quieres decir que no te has dado cuenta de que te ha puesto la mano en el...
en tu trasero?
Lali se rió, y Peter se enfadó más.
—¿Te parece gracioso?
—Me río porque tus suposiciones sobre Gaston son ridículas.
—Lo he visto.
—Pareces un amante celoso.
Peter se daba cuenta de ello, pero no podía hacer nada para impedirlo.
—¿Es tu amante, Lali?
—Eso no es asunto tuyo, realmente.
—¿Es tu amante?
—Déjame que te pregunte algo. ¿Has sido célibe todos estos años?
—Ese no es el tema.
—¡Oh! Yo creo que sí. Si tú puedes meterte en mis asuntos, yo también tengo
derecho a meterme en los tuyos.
—Me preocupa nuestro hijo —dijo él, intentando cambiar de conversación para
no admitir que había habido otras mujeres, pero no tantas como se podía imaginar. Y
ninguna comparable con ella—. Me preocupa la posibilidad de que alguien entre en tu
vida, y que pueda tratar a Agustin de forma impropiada.
—Por si te interesa, he salido con un par de hombres, pero no funcionó porque a
Agustin no le gustaron. Para mí, ésa es la prueba. La aprobación de Agustin.
¿Satisfecho?
A él sólo lo habría satisfecho una cosa: besar aquellos labios para borrar la
expresión de desafío y ablandarlos con los suyos.
—Evidentemente, este Gaston querría ser el siguiente.
—Tienes mucha imaginación, jeque Lanzani.
Ella lo estaba volviendo loco. Hubiera querido tocarla para borrar el tacto del
estúpido que la había tocado antes.
—Tu ropa deja poco a la imaginación, Lali. Te aconsejo que te fijes cómo te
vistes de ahora en adelante.
—Llevo puesto lo que me pongo siempre: vaqueros y una camiseta.
—Unos vaqueros muy ajustados y una camiseta muy estrecha.
Ella lo miró de arriba abajo.
—El que lleva vaqueros ajustados eres tú. Pero tengo que admitir que te quedan
bien. Me sorprende que todavía te sirvan.
—No estamos hablando de mi ropa —él le miró los pechos—. No llevas sujetador.
¿Crees que no nota eso un hombre?
Ella se agarró la camiseta y dijo:
—Esta camiseta me cubre lo necesario.
—Muestra demasiado. Esconde poco.
—No creo que tenga mucho que mostrar, Peter. Pero, gracias de todos modos.
—Te equivocas, Lali.
Lali sonrió de repente. Eso lo tomó por sorpresa.
—¿Es que te excita esta vieja camiseta, jeque Lanzani?
—Es prácticamente transparente.
Lali se agachó y agarró el cubo. Peter pensó que lo llevaría al establo de la
yegua, pero en cambio ella se lo tiró encima.
—Ahora sí es transparente —dijo.
Peter no pudo hacer otra cosa que mirar el oscurecimiento de sus pezones a
través de la tela. Sus manos se morían por tocarla.
—¿Te gusta lo que ves, Peter? —le preguntó, desafilándolo.

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