sábado, 3 de agosto de 2013

CAPITULO 9


Peter se sentó a la mesa del desayuno, extenuado del trabajo físico. Después de
aquel gesto de Lali, del beso y de sus prometedoras palabras, no había podido dormir
durante dos noches. Se había puesto nervioso con cada ruido que escuchaba, temiendo
que apareciera Lali y lo tentase, porque él no iba ser capaz de rechazarla...
Pero, en realidad, Lali apenas había hablado con él en esos dos días, y por
supuesto no había hablado del beso ni de su propuesta.
Peter la había evitado. Pero no podía evitarla ahora, mientras revolvía los huevos
de su plato y lo miraba.
Se había sorprendido mirándole la boca varias veces. Todo lo que hacía lo
excitaba, todo su cuerpo le despertaba deseo.
Había estado intentando prestar atención al ruido de un camión de un
transportista que llevara a la yegua, pero no había podido concentrarse.
Extraño, hasta aquel momento ni siquiera se había dado cuenta de que ya no
estaba el perro que tenían.
—¿Dónde está Troubles?
Julia agitó la cabeza y habló comiendo una tostada.
—Lo atropellaron cuando Agustin tenía cuatro años.
—¿Y no habéis conseguido otro perro?
—No he tenido tiempo —respondió Lali mientras se ponía de pie.
«Ni dinero», pensó Peter.
—Yo puedo conseguirte uno.
Lali recogió los platos y los metió en el fregadero.
—No es buena idea. Con el tráfico de la autopista, volveríamos a perder otro
perro.
Peter odiaba la idea de que su hijo hubiera sufrido tantas pérdidas. Pero
empezaba a comprender que las pérdidas eran parte de la vida.
—¿Se acuerda Agustin del perro?
—Sí, pero no hay problema. Lali le dijo que estaba con el tío Daniel, saltando de
estrella en estrella.
Evidentemente, Lali seguía sintiendo cierta fascinación por las estrellas.
La noche que había muerto Daniel, ella le había dicho que la estrella más brillante
tenía su alma, y que ella iba a darle la custodia de sus sueños. En aquel momento Peter
había sentido que su amor por ella era tan infinito como esas estrellas. El hacer el
amor había sido una expresión natural de aquel sentimiento, un modo de
demostrárselo, puesto que nunca se lo había dicho.
El ruido de un camión lo distrajo de sus reflexiones.
Lali se limpió las manos en una toalla y lo miró.
—¿Crees que son ellos? —preguntó, entusiasmada.
Era la primera vez que la veía tan contenta desde que se había marchado Agustin.
—Deberíamos ir a ver.
Antes de que él pudiera moverse, Lali ya había corrido a la puerta de
entrada.
—¡No hay cosa que la excite más a esta criatura que un buen caballo! —exclamó
Julia.
Peter sabía muy bien qué más la excitaba, pero era mejor que lo olvidase.
—Es verdad. Espero no decepcionarla.
Julia lo miró malévolamente.
—No creo que se sienta decepcionada. Estoy segura de que tú te ocuparás de
ello mientras estés aquí, si todavía no lo has hecho.
Peter no contestó, decidido a ignorar la sugerencia de Julia. Nada le hubiera
gustado más que complacer a Lali en todo. Pero tendría que conformarse con
regalarle una yegua con premios, si no quería repetir los errores del pasado. Porque
sabía que iba a tener que dejarla sola nuevamente.
Encontró a Lali al lado de un enorme trailer. Esperó a que bajaran al animal.
Peter se sentía un poco inseguro porque nunca había comprado un caballo sin verlo, pero
en cuanto el hombre bajó a la yegua, supo que el animal era un tesoro.
Lali miraba a la yegua, fascinada.
—¡Peter, es increíble! —casi susurró.
—Tienes razón.
—Es suya —el hombre extendió la soga para dársela.
Al ver que Lali no se movía, Peter agregó:
—¿A qué esperas?
Lali dio un paso adelante y tomó la soga. Luego dejó que la yegua la oliera
libremente antes de rascarle detrás de las orejas. Como si el caballo hubiera sabido
que acababa de encontrar una amiga, aceptó la demostración de afecto sin una
protesta.
—¿Cómo se llama? —preguntó Lali.
—La llamamos Sunny en los establos —dijo el hombre—. El nombre con el que
está registrada es Renner's Sun Goddess.
—El nombre de Sunny me gusta —Lali hizo girar a la yegua y la llevó hacia el
establo—. Voy a ver cómo se mueve —dijo por encima del hombro.
—Bien —respondió Peter—. Iré en un momento.
Para cuando Peter pudo firmar los papeles y pagarle al intermediario, Lali ya
había puesto a la yegua en el rodeo y la estaba haciendo trotar.
Peter las observó. La cola de la yegua fluía con sus movimientos. El cabello
pelirrojo de Lali volaba con la brisa de junio, el color era muy parecido al color del
pelo del animal.
Juntas eran un tributo a la belleza y a la gracia, con un toque salvaje por debajo
de la superficie.
Peter mantuvo la atención en la yegua sólo un momento, ahora que tenía la
oportunidad de mirar a Lali sin que ella lo viera. Se había transformado en una
mujer. Peter notó calor al mirarla.
Llevaba una camisa celeste que apenas le cubría el abdomen. Se ajustaba
perfectamente a sus curvas. Cuando alzó el brazo para que la yegua siguiera
moviéndose, Peter vio un trozo de cintura. Se imaginó qué se podría sentir al tener las
manos allí. Al deslizarlas más abajo, al acariciarle el trasero, estrechándola en sus
brazos, haciéndola saber cuánto lo excitaba. En aquel momento estaba excitado y llevaba
dos días ardiendo por ella.
A no ser que...
No. No podía actuar siguiendo sus deseos. Sería injusto para ambos, aunque
Lali se lo hubiera ofrecido.
Lali llevó a la yegua al centro del rodeo. Se giró y al verlo exclamó:
—¡Es una campeona, Peter! —sonrió.
Él sonrió al verla sonreír.
El ruido en la grava llamó la atención de Peter.

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