sábado, 3 de agosto de 2013

CAPITULO 8


Lali estaba sentada en el suelo. Sacó el vaquero que había guardado junto a
otros recuerdos: la ropa de bebé de Agustin, sus primeros zapatos, algunas cosas de
Daniel, tesoros de los que no podía separarse.
Unas lágrimas se escaparon de sus ojos. Acababa de marcharse su hijo y ya lo
estaba echando de menos. Y echando de menos a Peter por adelantado, aunque tardaría
unas semanas en marcharse.
Dejó a un lado los vaqueros y revolvió entre las cosas. Encontró recuerdos de
,Daniel : el jersey que usaba para jugar al fútbol con el número siete...
¡Cuánto habría querido Daniel a su sobrino! ¡Cuánto le habría gustado ser su tío!
Si Daniel no hubiera muerto, tal vez las cosas habrían sido diferentes. Ella no se
hubiera ido a llorar al estanque, y Peter no habría aparecido a consolarla...
Dejó el jersey y volvió a agarrar el vaquero de Peter. Lo puso contra su corazón.
¡Era una tonta! ¡Se aferraba al jersey como si así pudiera atrapar al hombre!
—¿Has encontrado lo que buscabas?
Lali se irguió. Estaba de espaldas. Esperaba que Peter no hubiera visto la
escena.
Al darse la vuelta vio a Peter mirando fijamente el comodín. Afortunadamente.
Peter hizo una seña con la cabeza hacia el jersey y dijo:
—Me acuerdo de ese jersey. Daniel lo usaba a menudo.
—¿Te acuerdas de esto? —preguntó Lali mostrándole una pelota, disimulando
la emoción.
Peter se agachó al lado de ella y agarró la pelota de béisbol.
—Me acuerdo muy bien. Fue mi primera liga. Cleveland Indians. En abril, el año en
que Daniel y yo nos conocimos.
—Me acuerdo de que la pelota vino volando desde dos filas más atrás por encima
de nosotros y cayó a los pies de Daniel, pero él se inventó una historia más emocionante.
Lali se rió.
—Típico de Daniel. Le gustaba adornar las historias y hacerlas más interesantes.
Cuando Peter le devolvió la pelota, ella le dijo:
—Quédatela.
—No puedo...
—A Daniel le hubiera gustado que te la quedaras tú, Peter. Además, vosotros dos no
os molestasteis en llevarme al partido, así que, ¿por qué iba a querer guardarla?
Peter sonrió.
—No te llevamos porque Daniel tenía miedo de que me distrajeras del juego.
—¡No es cierto!
—Tal vez él no estuviera preocupado, pero yo sí. Por eso no te animé a venir.
—Siempre seductor.
—Es la verdad, Lali. Me distraías. Y todavía me distraes.
Lali quiso cambiar de conversación.
—Siéntate —le dijo, palmeando el suelo—. Hay algo más que quiero darte.
Peter se sentó a su lado. Lali metió la mano en el cajón y encontró el regalo que
había dejado allí hacía años.
El periódico estaba amarillo. Lo sujetaba una cinta azul. Debajo de la cinta había
un sobre que ponía: Peter.
Se lo dio.
—Es un regalo de Daniel por tu graduación. Lo encontré en su habitación cuando la
transformamos en la habitación de Agustin.
Peter lo agarró y lo puso en su regazo. Lali notó un leve temblor en sus dedos
cuando abrió el sobre y sacó la tarjeta.
Mientras leía, su rostro expresaba tristeza.
—¿Qué pone?
Le dio la tarjeta y ella la leyó.
Hola, Peter. Esto es una tontería para que te lleves a tu casa. Enviaría a Lali
contigo, pero sólo te daría quebraderos de cabeza. Así que la voy dejar aquí de
momento, a no ser que decidas volver, a quitármela de las manos. Y ahora, en serio, si
me pasara algo, cuida de ella. Se merece ser feliz.
Recuérdame.
Tu amigo, Daniel.
A Lali los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Él lo sabía —dijo con voz entrecortada Lali.
—¿Sabía qué?
—Cuando recogimos sus cosas, también encontramos dos regalos de Navidad, uno
para mí y uno para Julia. Daniel nunca compraba los regalos de Navidad antes de tiempo.
Creo que sabía lo que iba a suceder.
Peter suspiró.
—Lali, me niego a creer que Daniel bebiera a propósito, que se quitara la vida.
—Eso no es lo que digo. Julia lo llama «la intuición de los ángeles». La capacidad
de conocer tu destino.
—¿Y tú crees en eso?
—Creo que todo es posible.
O eso era lo que pensaba.
Lali miró el pequeño paquete que tenía en el regazo y preguntó:
—¿No vas a mirar qué es?
Peter rompió el papel y quedó al descubierto una foto que había tomado Julia:
Lali estaba entre Daniel y Peter. Estaban agarrados el uno al otro por la cintura, y
sonreían con las caras sucias, resultado de una contienda, después de que hubieran
tirado a Lali en un abrevadero.
Parecían todos felices y relajados. Lali no pudo reprimir las lágrimas.
Peter la abrazó con sus fuertes brazos. Absorbió sus sollozos en su pecho sólido.
La acunó como ella había acunado tantas noches a su hijo.
Ella no quería necesitar su consuelo, su fuerza. Pero los necesitaba.
Lali alzó la cara y le dio un beso en la mejilla. Sabía que podía rechazarla. Pero
él no la apartó. En cambio le agarró la cara con ambas manos y la besó. Toda la
tristeza desapareció y dio paso al deseo. Como había ocurrido la otra vez.
¡Oh, cómo recordaba aquello! La suave sensación de su lengua, el tacto de sus
labios de terciopelo, su increíble maestría... Nadie la había besado de aquel modo. Ni
antes ni después de él. Nadie.
Peter se separó de ella bruscamente y se puso de pie.
—Te pido disculpas —dijo con tono de príncipe, no de hombre.
Lali se enfadó, se sintió avergonzada, débil. Bajó la vista y miró la foto y la
tarjeta, tratando de recordar que aquel beso había sido consecuencia de su necesidad
de darle consuelo, y de que ella lo consolara a él, tal vez, no de su deseo por ella. No
había partido del deseo sino de la pena. La historia parecía repetirse.
—Esto no puede volver a suceder, Lali.
Luego se fue rápidamente de la habitación, sin los vaqueros, ni el regalo de Daniel,
ni la pelota de béisbol.
Ella debía protegerse de Peter. Porque todavía lo deseaba, y su corazón se moría
por él.
Lali recogió los vaqueros y puso la foto y la tarjeta encima de ellos. Luego
agarró la pelota y bajó las escaleras.
Lo encontró en el rellano de la escalera, con la frente contra la pared.
—Toma. Pruébate esto. Tal vez te sirvan todavía.
—No creo. Al menos de momento —Peter se separó de la pared.
Cuando Lali pareció comprender su inicial confusión, bajó los ojos y vio la
prueba de su excitación. Al parecer, su beso no le era indiferente.
Alzó la mirada y se encontró con sus ojos, llenos del mismo deseo que había visto
aquella vez que le había hecho al amor.
Tal vez el hacer el amor con él fuera el modo de borrarlo de su vida. Tal vez
pudiera confirmar que eran fantasías de sus recuerdos de adolescente.
Aunque dudaba que Peter le siguiera el juego.
Pero podía intentarlo.
Apretó el jersey y la foto contra su pecho. Luego, sin saber de dónde le vino el
coraje, deslizó la pelota lentamente por su sexo, y luego la hizo rodar hacia el bolsillo.
Entonces deslizó un dedo sobre su excitación.
—Si necesitas que te ayude, dímelo.
Corrió entonces hacia el primer piso, sin atreverse a mirar atrás para ver su
reacción.
Lo volvería loco de deseo, haría que volviera a sus brazos y así lo arrancaría de
su corazón.

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